lunes, noviembre 30, 2009

Blanca I

Blanco brillante
cruza
el reflejo de mi cara

Varias
blancas paralelas
quedan así dibujadas
como pintura de guerra
sobre mi cara
que las absorbe
una a una
con rapidez

Soy mejor
por fin

Toda la vida
me enseñaron
lo puro
limpio y
sacro
del blanco

De blanco
tomé la comunión
del mismo color
que nací
me vistieron
y mostraron

Con el tiempo
blanco fue Dios
de amor puro
aunque
nadie
lo haya comprobado

Blancas
las caras
de los Santos
y de Jesús
en casa de mi abuela

Veo
mis ojos
detrás
de la nube
tan fríos y duros

Siento
mi sangre
rápida
mientras
la blanca
taquicardia
golpea mi pecho

Imagino
por un momento
mi torrente rosado
pesado y espeso
cada vez
más puro

Estalla
el nevado
en mi cabeza
tanto
o más
que la luz del sol

Todo blanco
dolorosa
y placenteramente
blanco

Sólo yo sé
que mi nacarado
no comienza
en el reflejo
sino bien adentro

De allí se expande
y purifica
espíritu y materia

Desde aquella vez
que mi cerebro
escuchó tu voz
mi alma
está
cada vez
más lúcida
más pura
pronta a recibirte
novia inmaculada
fría
diosa de la noche

Ahora es
tu acerada mano
la que pica
corta
y dibuja
el blanco
con gracia
como con amor
separa las líneas
paralelas
otra vez
en mi imagen

Ya no es
pintura de guerra
sólo
urgente
anhelo de paz
Una a una
trepan
por mi cara
hacia mi cerebro
agujero negro
donde explotan
en Big Bang
de placer glacial

Allí estás
ya era tiempo
veo por fin tu blanco marfil
tu brazo en mis hombros
tu mano en mi mejilla

Tu pura
risa
seductora

La mía
dibujada
en el espejismo
corresponde
con la tuya
instalada
para siempre
en mi esencia

Cuánto blanco
cuántas rayas
deberé aguardar
antes
de gozarte a ti
novia blanca

sábado, noviembre 28, 2009

Como recién lustrado

Aquél cuero
brillaba
siempre,
negro azabache,
como
recién lustrado.

Fino,
cocido
prolijamente
por los bordes,
no tenía grietas,
ni quiebres,
y menos aún,
porosidades.

Ambos
extremos
remataban
en metal
que
nunca vi
ennegrecido
u opaco
por el roce.

Al igual
que
el cuero,
brillaba con
destellos
muy fuertes,
deslumbrantes
y algo hirientes.

Todas
las noches,
durante una hora,
su dueño
pasa pomada
y lustra
el cuero,
para
más tarde,
pulir
el metal
hasta
que brille
como
plata pura.

Ese cuero,
sobado
por el uso,
blando,
suave y
tierno,
a pesar
de la fría
presencia
plateada,
se volvía
duro,
cortante
y cruel,
cuando
se sacudía
y hacía vibrar
el bruñido
que
de esa manera
hería
cortaba
y hendía
la piel,
la carne,
los huesos.

Aquél
cinturón
del
que
se hacía
culto
a la perfección,
a lo pulcro,
todas las noches,
durante
una hora
era lustrado
y pulido
amorosamente,
de tal forma
que
jirones de piel
y carne,
manchas
de sangre,
y rastros
de marfil,
no
sobrevivieran
al
perverso fin
para
el cual
era
tan cuidado

Y así
pareciera
recién lustrado.