sábado, noviembre 28, 2009

Como recién lustrado

Aquél cuero
brillaba
siempre,
negro azabache,
como
recién lustrado.

Fino,
cocido
prolijamente
por los bordes,
no tenía grietas,
ni quiebres,
y menos aún,
porosidades.

Ambos
extremos
remataban
en metal
que
nunca vi
ennegrecido
u opaco
por el roce.

Al igual
que
el cuero,
brillaba con
destellos
muy fuertes,
deslumbrantes
y algo hirientes.

Todas
las noches,
durante una hora,
su dueño
pasa pomada
y lustra
el cuero,
para
más tarde,
pulir
el metal
hasta
que brille
como
plata pura.

Ese cuero,
sobado
por el uso,
blando,
suave y
tierno,
a pesar
de la fría
presencia
plateada,
se volvía
duro,
cortante
y cruel,
cuando
se sacudía
y hacía vibrar
el bruñido
que
de esa manera
hería
cortaba
y hendía
la piel,
la carne,
los huesos.

Aquél
cinturón
del
que
se hacía
culto
a la perfección,
a lo pulcro,
todas las noches,
durante
una hora
era lustrado
y pulido
amorosamente,
de tal forma
que
jirones de piel
y carne,
manchas
de sangre,
y rastros
de marfil,
no
sobrevivieran
al
perverso fin
para
el cual
era
tan cuidado

Y así
pareciera
recién lustrado.

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